Seguro que alguna vez has comentado o has oído a otras familias decir expresiones como:
Somos conscientes de que los conflictos y problemas de conducta se originan a menudo. Sin embargo, quizás no somos tan conscientes de cómo aspectos como la actitud con la que los afrontamos así como nuestro diálogo y comunicación pueden influir en que estas situaciones conflictivas mejoren o empeoren.
Cuando hablamos de comunicación, no solo nos referimos a la palabra oral o escrita, sino también a los gestos, miradas, expresión del rostro, etc., con los que expresamos actitudes, sentimientos y motivaciones que enfatizan nuestra comunicación con los demás.
Asimismo, la capacidad de escuchar, es otro de los elementos principales que en estas situaciones cotidianas entra en juego, pues a menudo damos nuestra opiniones sin escuchar las de nuestros niños/as. Este es uno de los errores más frecuentes en las relaciones entre familias e hijos: pensar que con una información vamos a cambiar su comportamiento. Si aprendemos a darle importancia a estos elementos, veremos posiblemente las situación desde diferentes perspectivas, que nos ayudarán a enriquecer nuestra visión de la realidad. Aun así, esto no conlleva que tengas que estar de acuerdo, o de que no se respeten los límites y normas establecido; y por tanto, tener la posibilidad de replicar cuando sea necesario. Con estas acciones, estaremos favoreciendo actitudes tan importantes como son la tolerancia, la asertividad, la capacidad de admitir errores y la tolerancia a la frustración.
En el proceso de comunicación hay obstáculos que pueden presentarse o que nosotros mismos podemos poner en el camino, como por ejemplo: hacer generalizaciones "nunca me haces caso", discutir sobre algo que sucedió hace ya tiempo, poner etiquetas, elegir el lugar y el momento inadecuado para tratar un tema y buscarle solución (en un momento de cansancio, estrés, tensión...), hacer preguntas con reproches, querer llevar la razón por encima de todo, etc. Por el contrario, este proceso puede ser fácil si aplicamos elementos como señalar las cosas positivas, valorar lo que nos gusta de nuestros hijos/as, dar mensajes consistentes y no contradictorios, decir lo que sentimos, pedir opinión, etc.
En base a ello, os proponemos que reflexionemos sobre cómo es nuestra comunicación, y en ese caso cuestionarnos sobre si podríamos mejorar algo y de ser que sí, el qué.
Por último, os dejamos algunos consejos prácticos que podrían facilitar ese proceso de comunicación y en definitiva la posibilidad de aminorar los conflictos:
- Observar el tipo de comunicación que llevamos a cabo con el niño/a.
- Escuchar activa y reflexivamente las intervenciones y opiniones de nuestros hijos, para obtener una visión global de la situación.
- Si no podemos prestar la atención necesaria en ese momento, o bien, pensáis que no es buen momento, razonar con él un aplazamiento del tema. Para ello, podemos decir: "dame 5 minutos y lo hablamos". Después es conveniente, agradecer ese tiempo y su capacidad de espera.
- Dejar las culpabilidades a un lado. Si previamente no ha habido la suficiente comunicación, pensemos en qué y cómo podemos mejorar, dejando de lado, quien ha intentado comunicarse más anteriormente. De esta forma, estaremos favoreciendo que las posibilidades de origen de esos conflictos cotidianos, disminuyan.
- Tomar un tiempo de prueba. Cuando se decida mejorar ese proceso de comunicación, es aconsejable, establecer un tiempo, observando después si hay que hacer algún cambio, si las medidas están funcionando, etc.
La tarea de educar siempre será un gran reto para agentes de socialización primarios como la familia y la escuela. No obstante, la preocupación y deseo de alcanzar exitosamente este reto es común para ambos.
Como decía Henrik Ibsen: "una imagen vale más que mil palabras"