Querida comunidad educativa, un nuevo curso se abre ante nosotros, nos esperan unos 180 días de encuentros, de vivencias, de aprendizajes... Y comenzamos compartiendo la alegría de contar con una SEGUNDA AULA DE APOYO A LA INTEGRACIÓN.
Aula que se nos ha concedido después de más de una década de solicitarla, queriendo con ella ofrecer una respuesta de calidad a esa diversidad presente en nuestras aulas, diversidad que nos enriquece, nos estimula, nos complementa.
En estos momentos en los que andáis organizando, pensando cómo conciliar para asegurar vuestra presencia y vuestro acompañamiento, os proponemos SOLTAR ALAS; sí, no es una contradicción, lo hacemos de la mano de Mar Romera, así nos lo pide en una de mis lecturas de este verano “La familia, la primera escuela de las emociones” (Ediciones Destino, Colección Imago Mundi); os lo recomiendo fehacientemente.
Y lo hace sirviéndose de una fábula, como sabéis los cuentos son una de las mejores maneras de mirarnos y encontrarnos.
LA FÁBULA
DEL AGUILUCHO, DE g. APOLLINAIREhttps
Érase una vez un granjero que, mientras caminaba por el bosque, encontró un aguilucho malherido. Se lo llevó a su casa, lo curó y lo puso en el corral, donde pronto aprendió a comer la misma comida que los pollos y a comportarse como éstos.
Un día, un naturalista que pasaba por allí le preguntó al granjero:
-¿Por qué este águila, la reina de todas las aves y pájaros, permanece encerrada en el corral con los pollos?
El granjero contestó:
-Me la encontré malherida en el bosque y, como le he dado la misma comida que a los pollos y le he enseñado a ser como un pollo, no ha aprendido a volar. Se comporta como los pollos y, por tanto, ya no es un águila.
El naturalista dijo:
-El tuyo me parece un bello gesto, haberla recogido y haberla curado y cuidado. Además, le has dado la oportunidad de sobrevivir y le has proporcionado la compañía y el calor de los pollos de tu corral. Sin embargo, tiene corazón de águila y, con toda seguridad, se le puede enseñar a volar. ¿Qué te parece si la ponemos en situación de hacerlo?
-No entiendo lo que me dices -respondió el granjero-. Si hubiera querido volar, lo hubiese hecho. Yo no se lo he impedido.
-Es verdad, tú no se lo has impedido, pero como muy bien decías antes, como le enseñaste a comportarse como los pollo, por eso no vuela. ¿Y si le enseñamos a volar como las águilas?
-Por qué insistes tanto? Mira, se comporta como los pollos y ya no es un águila, qué le vamos a hacer. Hay cosas que no se pueden cambiar.
-Es cierto que en estos últimos meses se está comportando como los pollos. Pero tengo la impresión de que te fijas demasiado en sus dificultades para volar. ¿Qué te parece si nos fijamos ahora en su corazón de águila y en sus posibilidades de volar?
-Tengo mis dudas porque, ¿qué es lo que cambia si en lugar de pensar en las dificultades, pensamos en las posibilidades?
-Me parece una buena pregunta la que me haces. Si pensamos en las dificultades, es más probable que nos conformemos con su comportamiento actual. Pero, ¿no crees que si pensamos en las posibilidades de volar esto nos invita a darle oportunidades y a probar si esas posibilidades se hacen efectivas?
-Es posible -reconoció el granjero-.
-¿Qué te parece si probamos?
-Probemos.
Animado, el naturalista, al día siguiente, sacó al aguilucho del corral, lo cogió suavemente en brazos y lo llevó hasta una loma cercana. Le dijo:
– Tú perteneces al cielo, no a la tierra. Abre tus alas y vuela. Puedes hacerlo.
Estas palabras persuasivas no convencieron al aguilucho. Estaba confuso y, al ver desde la loma a los pollos comiendo, se fue dando saltos a reunirse con ellos. Creyó que había perdido su capacidad de volar y tuvo miedo.
Sin desanimarse, al día siguiente, el naturalista llevó al aguilucho al tejado de la granja y le animó diciendo:
-Eres un águila. Abre las alas y vuela. Puedes hacerlo.
El aguilucho tuvo miedo de nuevo de sí mismo y de todo lo que le rodeaba. Nunca lo había contemplado desde aquella altura. Temblando, miró al naturalista y saltó una vez más hacia el corral.
Muy temprano, al día siguiente, el naturalista llevó al aguilucho a una elevada montaña. Una vez allí, le animó diciendo:
-Eres un águila, abre las alas y vuela.
El aguilucho miró fijamente a los ojos del naturalista. Éste, impresionado por aquella mirada, le dijo en voz baja y suavemente.
No me sorprende que tengas miedo. Es normal que lo tengas. Pero ya verás cómo vale la pena intentarlo. Podrás recorrer distancias enormes, jugar con el viento y conocer otros corazones de águila. Además, estos días pasados, cuando saltabas pudiste comprobar qué fuerza tienen tus alas.
El aguilucho miró alrededor, abajo, hacia el corral, y arriba, hacia el cielo. Entonces el naturalista lo levantó hacia el sol y lo acarició suavemente. El aguilucho abrió lentamente las alas y, finalmente, con un grito triunfante, voló alejándose en el cielo. Había recuperado por fin sus posibilidades.
FIN
Confiar en ellos. Son capaces, caerse, equivocarse, perder…, todo eso nos lleva a aprender.
Como dice Mar, en ocasiones aunque sabemos que nuestros hijos SON águilas, nos gusta “tenerlos en el corral”; no vemos que pueden volar, porque nos sentimos más cómodos s i no vuelan.
La ayuda excesiva perjudica, anticipar ayudas perjudica, la permisividad también. La conquista personal de la autonomía, y desde ahí la construcción de su autoconcepto y autoestima es posible solo si se deja el espacio para la conquista y si se otorgan responsabilidades durante el proceso.
¡ADELANTE! FELIZ VUELO